Prólogo: La Primera Vez
>>La infancia es una época extraña y aterradora que ahora solo podemos recordar esas escasas veces a medio camino entre vigilia y sueño, o en pequeñas visiones clandestinas evocadas a nuestro alrededor. El tacto de las sábanas de nuestra cama, el olor a whiskey barato de nuestro padre o la extraña sensación de adormecimiento que se apodera de los dedos poco a poco. Puede ser cualquier cosa, pero inevitablemente nos acaba catapultando solo por un segundo a aquellos tiempos más primitivos y sencillos en los que la vida solo existía en dos colores: blanco y negro.
Porque cuando somos niños solo existe una verdad, absoluta e inamovible. Solo hay una ley y es la de nuestros padres. No es posible que haya algo que desconozcan y cuando realizan una afirmación es tan cierta como que el sol sale por el este. Es a la vez veredicto divino y ley inquebrantable, y es algo que sabemos y aceptamos. Toda la sabiduría de Salomón y el peso de las tablas de Moisés se hallan en esas palabras que susurran los padres a sus hijos en las primeras noches de sus inciertas vidas. Y es en estas noches tempranas la primera vez que nos mienten a la cara.
¿Qué niño no se ha levantado gritando a altas horas de la noche por temor a ese imaginario hombre del saco, al monstruo que vive debajo de la cama o la cosa repulsiva que le hace señas desde la ventana esperando a que salga fuera para devorarlo? Y la respuesta siempre es la misma: unas sencillas caricias, un beso en la frente y la promesa de que no hay nada ahí fuera que pueda hacernos daño. Los monstruos no existen y todo el mundo lo sabe. Pero en el fondo de nuestras primitivas e infantiles mentes sabemos la verdad. No es más que una sucia mentira.
No sabría decir porqué. Quizás cuando somos niños nuestra psique está más cerca del animal que una vez fuimos. O puede que sea la proximidad a la nada primogénita de la que venimos. Tal vez sea la inocencia, o incluso la capacidad de aceptar cosas que los adultos consideran imposibles. Invariablemente del motivo, lo cierto es que tenemos un instintivo miedo a la oscuridad. Y es un miedo completamente fundado. Los críos de alguna manera saben que hay cosas que se arrastran en la noche, cosas dispuestas a darse un festín con nuestra carne y violar nuestras almas. Ellos saben lo que los adultos han olvidado. Olvidado tras años de aceptar sus leyes racionales, su ciencia y su probabilística. Creen que vivimos en un mundo ordenado y racional en el que no hay nada que escape a su control. Llevan tantos años convenciéndose de que no tienen nada que temer que los muy idiotas se lo han acabado creyendo. Confían en que el trabajo dignifica, que la justicia funciona y en la esperanza de un mañana mejor. Y por encima de todo creen que la noche pertenece al hombre…
…pero no podían estar más equivocados.
Capítulo
1: La Línea
Pequeños rayos de sol
comenzaban a colarse por los huecos rotos de las persianas, como
halos de luz descendiendo a algún oscuro mundo de tinieblas. El humo
del interior formaba sinuosas formas al reflejarse en ellos formando
tentáculos que se retorcían en una imitación de falsa vida. Aquel
era un reino destrozado, sucio y desordenado. Los muebles,
desconchados y envejecidos, se encontraban diseminados por todo el
lugar; coronados por recortes, manchas de alcohol derramado y
ceniceros colapsados de colillas acabadas. El aire era denso y
enrarecido, apestando a whiskey, humo de cigarro y sudor humano. El
verano no estaba siendo clemente y eso empeoraba drásticamente la
situación.
El amarillento papel de
las paredes, si había sido blanco alguna vez, ahora se caía a
trozos revelando parte del esqueleto del sucio apartamento. Las
cucarachas habían hecho suyo el suelo, donde los restos de cartones
de comida basura, revistas porno destrozadas y ropa arrugada formaban
un nuevo e intrigante reino para ellas. El silencio caía sobre el
lugar como una pesada lápida roto tan solo por el débil sonido de
la respiración de algo que reposaba sobre la cama.
De manera instintiva,
este se llevó su brazo hasta los ojos para protegerse de los pilares
de luz que violaban su refugio. El aspecto del tipo era muy
desmejorado, casi enfermizo y sobre los dedos de la otra mano se
encontraba apresado y tan consumido como él mismo un cigarrillo
encendido que moría lentamente. Ambos eran prisioneros abandonados a
sucumbir, a consumirse y morir, y el pequeño cilindro producía
formas danzarinas que parecían cobrar vida y huir de allí a toda
prisa.
Conforme este moría y
sus cenizas se acumulaban, como una ridícula pira candente, al final
era inevitable que estos cayesen al abismo. Al principio no sintió
nada, pues estaba demasiado agotado como para concentrarse en el
aguijoneo que le perforaba el estómago. Poco a poco, el escozor le
sacó de su duermevela y liberó sus ojos cansados y enrojecidos para
captar la fuente de su dolor. La ceniza del cigarrillo le quemaba el
vientre donde había caído.
La apartó despacio y sin
mucho cuidado, sin detenerse en observar la pequeña quemadura que
había provocado en su pálida piel. Pero eso fue señal suficiente
para que el hombre supiera que había llegado la hora de despertar.
Se incorporó mojado por el sudor de la noche y estiró sus doloridos
músculos. Su cuerpo, delgado y sin un gramo de grasa, podía haber
sido atractivo algún día pero la realidad era que sufría de
desnutrición y media docena de moratones y cortes mal curados lo
recorrían dándole un aspecto final enfermizo y maltratado. Con la
mano libre se atusó el pelo, una mata corta y desaliñada que
coronaba su cabeza e iba a juego con la barba descuidada que poblaba
su rostro. Parecía un vagabundo enfebrecido tras un largo día bajo
el sol del verano.
Apoyándose en la cama se
levantó y un crujido dio forma a una nueva mueca en el rostro del
hombre. Al mirar a sus pies, los rojizos reflejos de cristales de
licor rotos y el ardor de su piel fue cuanta explicación necesitó.
Lentamente comprobó que no se le había quedado nada dentro y se
levantó de nuevo, dejando tras de sí un rastro carmesí.
Al llegar hasta la mesa
arrojó la colilla y encendió otra sin mucha pasión. El mundo se
veía de otra manera cuando tenía humo en los pulmones.
El calor empezaba a
hacerse notar ahora que el sol había coronado al océano inundando
la habitación con su sofocante fragancia. Sobre la mesa había una
taza de café de hacía unos días en la que a duras penas podía
leerse el Soy un capullo que llevaba escrito; tras comprobar
que aún olía decente lo removió un poco y se lo llevó a la boca.
Sabía a agua estancada y a aceite de motor por lo que al final tuvo
que escupirlo, pero al menos perdió el sabor metálico que tenía en
los labios desde la noche pasada.
Dio un golpe a la radio y
esta cobró vida propia como si hubiese sido alcanzada por un rayo.
In the air tonight de Phil Collins comenzó a sonar, primero
despacio y luego cobrando fuerza, como si de una hipnótica danza se
tratase. El tipo se internó en el sucio cuarto de baño, repleto de
humedades y azulejos caídos. La luz de los alógenos parpadeaba con
un psicodélico ritmo intermitente. Era una pequeña habitación no
mayor que un trastero con una minúscula rendija al exterior y en su
interior no cabía más que la anticuada bañera metálica, un wáter
y un espejo. Traspasó las enmohecidas cortinas de la bañera y abrió
el grifo. El agua caliente lo golpeó como un tifón. Era fresca y a
la vez cálida y relajaba la tensión de todo su cuerpo de maneras
que ninguna mujer podría. Se sintió purificado, si eso era posible.
Una sensación que no duró demasiado, pues pronto el calor dio paso
al frio. Decidió terminar pronto.
Al salir algo captó su
atención. El macabro reflejo en el espejo. Sus ojos hundidos y sus
agrietados labios le dijeron más de lo que quería saber. El tipo
soltó un largo y pesado suspiro. No le quedaba mucho tiempo.
I
El sol ya empezaba a
ponerse tras los colosos de hormigón armado cuando se abrió la
puerta del local con el tintineo característico como única
anunciación. El tipo entró con una nube de humo y pasos lentos y
pausados interrumpiendo el lóbrego silencio de la tienda. El olor
del incienso se escurría por los caóticos estantes más altos que
un hombre. Meg dejó el gastado cuadernillo donde garabateaba
pentagramas y palabras incomprensibles y sin mucha emoción posó la
mirada sobre el hombre que acababa de entrar. Lentamente, como
repitiendo un mantra, cerró los ojos y dejó escapar un derrotado
suspiro.
-No sabía que estuvieras
en la ciudad- comentó la mujer-. Espero que no hayas venido a
llevarte algo sin pagar como haces siempre. Ya te he dicho que aquí
no tienes cuenta ni puedo dejarte fiado.
-Yo también me alegro de
verte Meg- el tipo la miró con expresión neutra en su rostro
cansado –. No llevo mucho tiempo aquí, llegué hará un par de
días.
El hombre se detuvo a
fisgar por las estanterías mientras se acercaba al mostrador. Su
expresión estaba perdida y agotada como una mujer maltratada
haciendo la compra en el supermercado.
-La última vez que supe
de ti me dijeron que estabas en Massachusetts, pero no sabía si era
cierto- jugueteó un poco con el lápiz-. También ha preguntado por
ti ese poli obsesivo, pero le dije que no sabía nada. Al fin y al
cabo solo vienes cuando quieres llevarte algo de la tienda o cuando
buscas que te invite a comer-. El tono de la chica estaba perlado de
enojo.
-Ya veo…- el tipo
siguió su camino con parsimonia entre las estanterías sin prestar
mucho atención a lo que sucedía a su alrededor, ni siquiera a la
mujer.
Lo cierto era que el
sitio estaba bien abastecido. En su mayoría podías encontrar las
típicas chorradas New Age que se habían puesto tan de moda
últimamente, pero si rebuscabas y sabías elegir ingredientes se
podía abastecer al ocultista ocasional. No estaba mal del todo.
Luminaria era el nombre del lugar. Es cierto que no era el
más original pero sonaba romántico y la mayoría de las veces eso
era lo que atraía a gran parte de sus poco entendidos clientes. Una
tienda así habría destacado en cualquier pueblo medio de esos que
componían el corazón de la América profunda, pero allí en la gran
manzana, en un recogido callejón de Manhattan a nadie le sorprendía
encontrarlo. Megan era la típica bruja Wiccana, una naturalista que
buscaba ayudar a aquellos pobres bastardos que jugaban con fuerzas
que no debían, atraían al fantasma vengativo de turno o querían
romper una maldición. La Wicca y su mística filosofía estaban
basados en el respeto a la naturaleza y la adoración de los
preceptos masculino-femenino encarnados en la diosa madre y el dios
astado. Resumían todas las fuerzas y principios en esa dicotomía y
se reunían una vez al mes en aquelarre para realizar rituales y
compartir los cotilleos esotéricos habituales.
Desde luego la mujer no
encajaba demasiado en el concepto cultural que la gente tenía de una
bruja, aunque también era cierto que la mayoría de ellas tampoco
parecían serlo. Era una chica joven y no a pocos resultaba atractiva
pese a no corresponderse con el icono de belleza actual. Era
exuberante como un campo de trigo listo para la siega y tenía un
aura natural y una sencillez primaria que despertaba los instintos
escondidos. Su rostro redondeado y su cabello corto y oscuro
contrastaba con su palidez y el cálido color de sus ojos.
-¿Y bien, como te fue en
tu último trabajo?- preguntó la chica escrutando intensamente al
tipo en la distancia–. Espero que sacaras suficiente para pagar los
400 pavos que me debes.
El hombre dejó caer los
hombros y agachó la cabeza pensativo. La luz del ocaso oscurecía su
figura otorgándole un aura sombría y casi sobrenatural.
-No fue demasiado bien…-
masculló sentenciando cuanto quería contar–. Por algún maldito
motivo a todo el mundo le parece divertido jugar con las cosas más
allá de nuestro entendimiento. Alguien abre un libro que no debería
o invoca “algo” monstruoso y terrible, pero lejos de salir
corriendo se emociona y decide ver hasta dónde puede llegar. Dime
una cosa Meg, ¿por qué diablos son tan estúpidos?
-La gente es curiosa y lo
prohibido a menudo tiene un encanto irresistible, casi morboso, para
aquellos que no saben donde se están metiendo- la chica se encogió
de hombros–. Es parte de la naturaleza humana.
El hombre se acercó un
poco más y se distrajo leyendo un pesado libro encuadernado en cuero
y de rústica manufactura mientras seguía hablando.
-No te hablo de no saber
guardar un secreto o de mirar por la rendija cuando mamá y papá
juegan a la puta y el gobernador; esto es serio. Es como hacer
malabares con cuchillos oxidados y ni eso empieza a acercase
-explicó.
-Bueno, yo siempre he
pensado que en el fondo lo sentimos- detuvo lo que estaba haciendo y
se concentró en lo que quería expresar-. Es decir, somos
conscientes del poder que reside en las cosas. Es como cuando los
niños se cambian de acera a mitad de la calle para no pasar por la
vieja casa de los Henderson. No es porque hayan oído las historias
de las cosas terribles que ocurrieron allí, es por algo más
sencillo. Sienten que algo no va bien con ese lugar. Detectan la
mancha espiritual y eso les hace estremecerse y querer salir
corriendo. Ocurre algo parecido en los lugares de poder: Stonehenge,
las pirámides o incluso el viejo tejo del terreno sagrado de mi
aquelarre. La gente se siente atraída por ese poder que no puede
identificar, pero lo notan.
-Pero esto es distinto
Meg, la gente se lanza hacia esas cosas como las polillas a la llama;
porque el fuego es atrayente y seductor. Nos fascina como baila ante
nuestros ojos y como devora todo lo que engulle. Nos la pone dura el
poder que tiene. El como todo acaba convertido en cenizas y polvo
después de su paso. Con estas cosas pasa lo mismo. Todos queremos
sentirnos como Dios con una erección cuando probamos el verdadero
poder. El problema es que todo tiene un precio y jugar con lo oculto
significa entregar una parte de nosotros mismos como pago- la voz del
tipo cobraba fuerza conforme las palabras salían de su boca, como si
estas lo hicieran solas, casi por arte de magia.
-Déjate de dioses ni de
erecciones- comentó la mujer un poco molesta-. ¿Hace que no te veo
cuanto? ¿Tres meses? Y hoy de pronto apareces por la tienda como de
costumbre arrastrando tu mierda de problemas y dudas existenciales y…
¿qué coño quieres que yo haga? ¿Qué te de una palmadita en la
espalda, un beso de buenas noches y te diga que todo va a salir
bien?-la chica negaba con la cabeza con frustración-. Me merezco más
que esto y lo sabes.
El tipo se detuvo de
pronto y dejó el libro con cuidado en el estante donde lo había
encontrado. Se acercó al mostrador y se frotó la frente con
agotamiento.
-Ya lo sé Megan…
escucha yo…-no pudo terminar pues la mujer lo interrumpió cuando
alcanzó a ver su cara a la luz de las rojizas velas.
-¡Dios Ethan! ¿Te
encuentras bien?- el tono de la chica traspiraba preocupación y
nerviosismo-¿Qué te ha pasado?
El hombre la miró con
los ojos hundidos y las ojeras muy marcadas y Meg pudo llegar a
atisbar solo una pequeña parte de lo que este había visto. Ethan
forzó una mueca de sonrisa, la mejor que tenía ahora mismo.
-Invítame a comer algo y
te lo cuento…-
II
-Diosa, parece que no
hayas comido en una semana.- la chica observaba sorprendida como
Ethan devoraba una grasienta hamburguesa con patatas y como poco a
poco este parecía empezar a recobrar el color y la mordacidad
habitual. Eso la relajó.- Y bien, ¿vas a contarme que es lo que has
hecho estas últimas semanas o qué?
-Bueno…-se limpió la
boca con una servilleta y la arrojó a un lado- …al menos te
contaré lo que pueda. Puedo explicarte por qué he vuelto, y seguro
que eso satisface parte de tu curiosidad.
-Supongo que tendré que
conformarme con lo que pueda sacarte ¿no?- Ethan formó una
escuálida sonrisa y Meg suspiró-. Está bien, desembucha.
El hombre miró un
segundo a su alrededor como asegurándose de estar completamente
solos. El brillo de las formas de neón despedía un aura rojiza y
diabólica, tentando a los clientes con sus promesas carmesíes. El
local estaba oscuro y una suave melodía estridente se colaba
reptando entre las conversaciones. Los sillones de cuero de la
pequeña y apartada mesa recordaban a Ethan el viejo Mustang que
había tenido hacía demasiados años ya. En la intimidad de las
rojizas luces de neón media docena de chicas tatuadas servían a los
clientes. No eran los pequeños y asustadizos cervatillos que uno
podía encontrar en la cafetería de un pueblo pequeño o el
restaurante de la parte alta de la ciudad. Eran fieras de instintos
afilados y dientes aún más terribles. Podía verse en el salvaje
brillo de sus ojos. Eran perfectas para aquel antro. El Hole
era el sitio adecuado cuando querías intimidad. La gente no hacía
preguntas y no se fijaba en el resto. Incluso en ocasiones incluía
reuniones de individuos “especiales”: alguna cábala urbana de
brujos reservados o incluso cosas que no eran del todo humanas. De
vez en cuando, se rumoreaba por el local, venían vampiros a pasar el
rato y a tener sus reuniones. Nadie los molestaba si ellos no
buscaban bronca ni se alimentaban en el interior, aunque estos
preferían sus lugares de alimentación habituales: los antros
góticos. Allí se aglomeraba toda la salsa decadente y sombría de
la ciudad y a los chupasangres les era mucho más fácil alimentarse
sin llamar la atención y deshacerse de los cuerpos una vez los
dispusieran. Pero el Hole era terreno prohibido para todo tipo
de exhibiciones o escándalos sobrenaturales. Así lo quería el Sr.
Orfeo, el dueño y regente del local; un hombre misterioso que pocas
veces era visto fuera de su oficina del segundo piso. Según contaban
se trataba de un mago poderoso, capaz de hacer estallar a un hombre
en llamas con una sola mirada y de viajar a los mundos más allá de
este. Era temido y respetado y nadie en su sano juicio osaba crear
jaleo en su establecimiento.
-Supongo que estoy
cansado- sentenció el hombre dejando caer la cabeza por su propio
peso.
-Eso es obvio, pero no
explica nada- Meg comenzaba a cansarse de sus continuas evasivas y
podía tener muy mal genio cuando se la provocaba.
-No, en realidad lo
explica todo –dijo de pronto y las miradas de ambos se encontraron.
El cálido chocolate de los ojos de la chica con el gris plomizo de
los del hombre. Meg no pudo salvo sentir un escalofrío. Había mucha
amargura y hastío en esos ojos-. Estoy harto de toda esta mierda.
Mira a tu alrededor, el mundo se está yendo al infierno y tu lo
sientes mejor que nadie. ¿Verdad?
La chica desvió la
mirada, necesitaba serenarse. Era cierto que la naturaleza se moría
a cada día que pasaba y era el tema más tratado en los últimos
meses por su aquelarre. Los rituales fallaban, los rituales perdían
poder o se salían de control y los animales se volvían locos. A
cada año que pasaba era mucho más complicado comunicarse con la
Diosa y las brujas lo sabían.
-No es ninguna novedad
que el mundo está jodido –argumentó sacando confianza de sí
misma-. Pero dime una cosa Ethan, ¿recuerdas alguna época cuando no
lo haya estado? Porque yo no.
Y no era ninguna mentira
piadosa. Cada época había tenido sus grandes desastres y conflictos
fuesen de naturaleza sobrenatural o mucho más mundana, pero lo
cierto es que el mundo se había encontrado al borde del abismo en
más ocasiones de las que nadie vivo podía recordar. Durante los
años 20 y la moda de la “arqueología”, o el saqueo de
reliquias, las maldiciones y el despertar de antiguos dioses
impronunciables habían atemorizado al mundo. Las dos grandes guerras
mundiales se habían llevado su pedazo de terror y la devastación y
el genocidio todavía aparecían en las pesadillas del subconsciente
colectivo de la humanidad. Durante los 60 y 70 con el auge del rock y
el neo paganismo el resurgir del ocultismo trajo toda una serie de
pactos demoníacos y antiguos poderes dormidos que sacudieron el
globo conmocionando a la sociedad visiblemente. Y los 80 y 90 no eran
mucho mejores; las consciencias virtuales y los dioses digitales
junto con el choque de la contracultura había dado vida a toda una
nueva serie de entidades a las que temer y adorar. Ahora, al borde
del fin del milenio, todo parecía estar alineándose para augurar
las peores profecías y cataclismos cósmicos inimaginables y la
gente estaba a la espera del día del juicio final. Se podía sentir
en cada anuncio de televisión y en cada predicador callejero
anunciando el final cercano.
La mujer devolvió la
mirada con valentía, pero ya no encontró la del hombre esperándola.
Ethan se frotaba los ojos con cansancio perdido en sus pensamientos.
-No, al menos nunca
estuvo tan al filo de la navaja como ahora. Qué el mundo se va al
infierno ya no es ninguna frase hecha. Yo lo he visto; a cada día
que pasa no puedes poner un televisor, leer un periódico o mirar por
tu ventana sin ver un robo, un asesinato o una violación. Y no solo
es el lugar en sí, es la gente. La gente está metida hasta el
cuello en el abismo y ni siquiera lo sabe. La semana pasada la chica
de 15 años del apartamento de enfrente intentó tirar a su bebé
recién nacido por el wáter para que su madre no descubrirse el
embarazo que había estado escondiendo. Con esto ocurre lo mismo. La
gente ya no quiere o no merece ser salvada- Las sombras del lugar
dibujaban profundos abismos sobre las cuencas del hombre, dándole un
aspecto cadavérico.
-¿Y qué? ¿Me estás
diciendo que ya no merece la pena ayudar a la gente? Ethan, de todas
las personas que conozco eres la última de la que podría esperar un
brote de arrepentimiento moralista. Tú no eres un santo, trabajas
por dinero o es que se te ha olvidado de la noche a la mañana. Así
que no me vengas con esas- La chica fruncía el ceño con fuerza,
malhumorada.
-Meg, sé de lo que estoy
hablando. Antes, hace unos años todo estaba claro. Podías reconocer
perfectamente donde estaba la línea entre las personas a las que
ayudabas y los monstruos. Lo que te estoy diciendo es que ya no es
fácil diferenciar quienes son los monstruos- la fuerza del hombre se
escapaba como si de un reloj de arena se tratase. Poco a poco iba
perdiendo cada gramo de vida, mientras se precipitaba al abismo con
los demás-. Esa maldita línea divisoria ya no existe.
-¿Sabes cuál es tu puto
problema Ethan? –Preguntó la chica taladrándolo con un dedo
acusador-. Tu maldito problema es que no crees en nada. Nada vale la
pena para ti. Eres un cínico enfermo y pervertido y sientes un
instintivo impulso de desacreditar todo lo que el resto considera
bueno o sagrado. El amor, la fe o la moralidad no significan nada
para ti porque te niegas a aceptar que puedan ser positivos. Mires
donde mires solo ves cosas imperfectas y sucias. Tú eres el maldito
problema, lo tienes tú. En el fondo buscas ser un infeliz Ethan,
porque eso da algún tipo de retorcido sentido a tu miserable vida;
por eso actúas así.
Aquellas palabras lo
golpearon con fuerza, con dureza y sin la menor muestra de piedad. Lo
habían torturado de formas horribles e imaginativas, pero nada lo
había golpeado tan fuerte. Aún así se repuso como pudo, como un
boxeador demasiado estúpido para quedarse tumbado tras un golpe
terrible.
-Escucha, esto no tiene
que ver conmigo Meg. Ya sé que estoy jodido, llevo mucho tiempo
sabiéndolo. Pero esta vez no soy yo, es el mundo el que no está
bien. Sabes, llevo como… 10 años metido en esto y nunca había
sido tan consciente como lo soy ahora. Antes estaba claro, siempre
había algún cretino gilipollas que había quedado maldito o que
había traído algo oscuro de otra dimensión. Yo sabía que el tipo
era culpable de la cagada en la que se encontraba pero aún así lo
ayudaba, porque era mi trabajo. No me malinterpretes, por supuesto
que lo hacía por el dinero, necesito dinero para vivir y la gente no
se alimenta de buenas intenciones. Pero ahora la cosa es distinta, ha
cambiado. Últimamente he visto cosas que ni yo puedo creer- hizo una
breve pausa para recuperar el aliento o para recordar algo y continuó
-. Por ejemplo, un caso en el que estuve trabajando hace unos meses;
una niña de 7 años que había desaparecido en un pequeño pueblo de
Pennsylvania. Su padre, un tipo entregado aunque un poco
sobreprotector estaba destrozado por la desaparición. Y no mentía.
Sé cuando me mienten, llevo mucho en este negocio como para no
hacerlo. La niña, Heidi Marshall había volado de su habitación sin
dejar rastro alguno de violencia. Lo primero que hice fue investigar
los registros locales, ya sabes; y lo que encontré me dio una idea
de a que me enfrentaba. Un hada. No uno de esos trasgos o gremlins a
lo que estamos acostumbrados aquí en la ciudad. Era algo más, algo
antiguo. Una dama de los bosques según sospechaba. Hay muchos
cuentos sobre hermosas mujeres que aparecen radiantes en los lindes y
guían a los perdidos o se aparecen a los caballeros para recordarles
su nobleza y valentía. Pero la mayoría de esas historias no suelen
ser más que basura. Yo sospechaba que esa “dama” era el tipo de
cosa que disfruta secuestrando niños por algún macabro motivo. Tras
varios días rastreándola y una buena provisión de hierro puro,
conseguí dar con ella y la niña. Aunque ya no quedaba mucho de ella
–el rostro del hombre se ensombreció.
-¿Quieres… quieres
decir que se la había comido?- Preguntó Meg temiendo conocer la
respuesta.
-No, esas cosas no se
comen a los niños. La niña estaba perdida, ya no era humana. La
quería para reproducirse. Por lo visto esos seres buscan niños con
una resonancia específica, con un olor adecuado. Esas bestias se
sienten atraídos por la desesperación y el dolor. Son un
afrodisíaco para ellas. Cuando encuentran una víctima que huele así
se la llevan a algún lugar alejado de este mundo y la cambian de
alguna manera. La convierten en uno de ellos. La pequeña Heidi era
tan hermosamente monstruosa como su captora. Al final no pude hacer
nada y escapé por los pelos. Y déjame que te diga algo, cuando los
mitos hacen alusión a una mujer bella deberían haber añadido algo
sobre los dientes afilados, las garras venenosas y su monstruosidad
alienígena. Cuando tratas con esas cosas descubres de la peor manera
que los cuentos de hadas cobran un macabro nuevo sentido, te lo
aseguro –Ethan estaba muy metido en la narración. Parecía estar
reviviendo aquellos momentos. El sudor resbalaba por su pálida
frente.
-Espera un momento. Lo
que no entiendo es lo de la resonancia, lo del hedor emocional. ¿Se
supone que la niña sentía tanto dolor y desesperación como para
atraer al hada? ¿Cómo es eso posible en una cría de siete años?-
Algo no cuadraba y Megan empezaba a oler a podrido detrás de toda la
historia.
-Sí, eso fue lo primero
que investigué después de jugar al último boyscout. A mí tampoco
me gustaba el matiz que estaba cobrando esa historia. Luego descubrí
que el señor Marshall sentía algo más que cariño paternal por su
pequeña. El padre estaba dándole que te pego a todas horas y la
niña se encontraba al borde del suicidio – Ethan terminó la
historia y se hizo un pesado y denso silencio, como el humo del
cigarrillo que estaba fumando. La chica no sabía que responder,
estaba asqueada e impactada. Dio una larga calada y escupió con un
largo suspiro el concentrado humo-. Por lo que oí luego, la pequeña
Heidi volvió a ajustar cuentas con papá. Encontraron su cadáver a
medio devorar a varios kilómetros bosque adentro. Fin de la
historia.
Un nuevo silencio mucho
más pesado volvió a apoderarse de los dos, que se miraron con
incomodidad, como avergonzados por algún obsceno acto que hubiesen
cometido juntos.
Finalmente fue la mujer
la que reemprendió la conversación con un hilo en un comienzo y
recobrando poco a poco su energía.
-Lo entiendo Ethan, sé
que has debido ver cosas horribles. Normalmente tú te enfrentas a
los peores demonios de las personas y no solo de forma metafórica.
Pero no todo el mundo merece lo que le ocurre. El alma del hombre no
está tan corrompida como crees, no puede estarlo -Negó
instintivamente la chica, intentando convencerse de sus propias
palabras-. Aún hay gente que merece ser salvada, personas que se
esfuerzan por hacer del mundo un lugar mejor. Gente como tú por
ejemplo.
Ethan tuvo que desviar la
mirada, pues los ojos de Megan estaban cargados de una necesidad
imperiosa de que el hombre corroborara su afirmación. Pero no podía
hacer eso. La chica ignoraba tanto…
-Las personas no
funcionan así Meg, no son blancas o negras, buenas o malas; viven
entre los matices. Un buen hombre puede cometer un error fatal en un
solo segundo y un bastardo hijo de puta salvar una vida sin siquiera
proponérselo. Y si he aprendido algo con los años es que no hay
nadie inmaculado; todos acaban manchándose con el tiempo y con el
ocultismo de por medio suele tener consecuencias más que mortales
-El hombre hizo una pausa y pidió a una camarera que se acercase-.
Creo que necesito algo más fuerte si voy a contarte que he estado
haciendo últimamente. ¿Qué vas a tomar tú?
- Tomaré un Sexo en
la Playa, por favor.
-Una idea muy sugerente-
El hombre arqueó las cejas con desgana-. Jack Daniel´s con
hielo. Eso me recuerda una cosa... ¿aún utilizáis el sexo como
catalizador en vuestros rituales?
-Sí, es una fuente de
energía emocional muy potente y totalmente inocua. ¿Ese repentino
interés tuyo es en nuestros rituales o solo en el sexo? Puedo
invitarte a alguno de nuestros ritos sagrados si quieres y así
quizás puedas follar con alguien más que con tu mano derecha para
variar -Comentó la mujer con picardía. Luego se puso mucho más
seria-. Ethan, dime una cosa ¿cuándo fue la última vez que
dormiste una noche completa, comiste una comida caliente o echaste un
buen polvo? ¿Cuándo fue la última vez que fuiste feliz?
El hombre suspiró y se
revolvió en el pegajoso asiento incómodo –No me quejo. Sigo
respirando y eso ya es bastante- formó una mueca que pretendía ser
una sonrisa de amarillos incisivos provocando entre los dos un
pequeño silencio incómodo.
Ya con las bebidas en la
mano y el ambiente más diluido por el alcohol el hombre volvió a la
conversación anterior como si no hubiese pasado nada.
-Bien, te contaré lo que
hice en Massachusetts y podrás decidir como de corrupto está este
mundo en el que vivimos. Todo empezó con la llamada de un hombre de
Nueva Inglaterra, un tal Robert Derleth, que quería contratarme para
un trabajo relacionado con un asunto indeterminado en su mansión de
Salem. No dijo mucho más, fue bastante parco en la información, así
que decidí aceptar. ¿Qué podía perder? Además necesitaba el
dinero urgentemente por lo que me di bastante prisa en trasladarme
allí – Ethan hizo una breve interrupción, como ordenando las
ideas o los hechos en su cabeza para narrarlos con mayor precisión.
O quizás solo estaba reflexionando sobre lo que allí había
encontrado-. Parecía el típico caso de la mansión victoriana
encantada, un trabajo de manual; pero como a menudo suele pasar el
ver la copa del árbol no nos da una idea aproximada de la
profundidad de las raíces. Y déjame que te diga que estas raíces
estaban podridas hasta la médula. Porque si algo tenía que aprender
de mi viaje a Salem y a la mansión Derleth es que todo el mundo
tiene esqueletos en el armario.
Me voy por la mitad, y la verdad es que sabes describir los lugares y las situaciones, también está bien como controlas la tensión del argumento, pero me gusta sobre todo como te sales de los estereotipos con frases coloquiales de cosecha propia...o sea que sigue escribiendo y mejorando.
ResponderEliminar