lunes, 22 de abril de 2013

Prólogo: La Primera Vez. Capítulo 1: La Linea




Prólogo: La Primera Vez


>>La infancia es una época extraña y aterradora que ahora solo podemos recordar esas escasas veces a medio camino entre vigilia y sueño, o en pequeñas visiones clandestinas evocadas a nuestro alrededor. El tacto de las sábanas de nuestra cama, el olor a whiskey barato de nuestro padre o la extraña sensación de adormecimiento que se apodera de los dedos poco a poco. Puede ser cualquier cosa, pero inevitablemente nos acaba catapultando solo por un segundo a aquellos tiempos más primitivos y sencillos en los que la vida solo existía en dos colores: blanco y negro.

Porque cuando somos niños solo existe una verdad, absoluta e inamovible. Solo hay una ley y es la de nuestros padres. No es posible que haya algo que desconozcan y cuando realizan una afirmación es tan cierta como que el sol sale por el este. Es a la vez veredicto divino y ley inquebrantable, y es algo que sabemos y aceptamos. Toda la sabiduría de Salomón y el peso de las tablas de Moisés se hallan en esas palabras que susurran los padres a sus hijos en las primeras noches de sus inciertas vidas. Y es en estas noches tempranas la primera vez que nos mienten a la cara.

¿Qué niño no se ha levantado gritando a altas horas de la noche por temor a ese imaginario hombre del saco, al monstruo que vive debajo de la cama o la cosa repulsiva que le hace señas desde la ventana esperando a que salga fuera para devorarlo? Y la respuesta siempre es la misma: unas sencillas caricias, un beso en la frente y la promesa de que no hay nada ahí fuera que pueda hacernos daño. Los monstruos no existen y todo el mundo lo sabe. Pero en el fondo de nuestras primitivas e infantiles mentes sabemos la verdad. No es más que una sucia mentira.

No sabría decir porqué. Quizás cuando somos niños nuestra psique está más cerca del animal que una vez fuimos. O puede que sea la proximidad a la nada primogénita de la que venimos. Tal vez sea la inocencia, o incluso la capacidad de aceptar cosas que los adultos consideran imposibles. Invariablemente del motivo, lo cierto es que tenemos un instintivo miedo a la oscuridad. Y es un miedo completamente fundado. Los críos de alguna manera saben que hay cosas que se arrastran en la noche, cosas dispuestas a darse un festín con nuestra carne y violar nuestras almas. Ellos saben lo que los adultos han olvidado. Olvidado tras años de aceptar sus leyes racionales, su ciencia y su probabilística. Creen que vivimos en un mundo ordenado y racional en el que no hay nada que escape a su control. Llevan tantos años convenciéndose de que no tienen nada que temer que los muy idiotas se lo han acabado creyendo. Confían en que el trabajo dignifica, que la justicia funciona y en la esperanza de un mañana mejor. Y por encima de todo creen que la noche pertenece al hombre…

…pero no podían estar más equivocados.





Capítulo 1: La Línea


Pequeños rayos de sol comenzaban a colarse por los huecos rotos de las persianas, como halos de luz descendiendo a algún oscuro mundo de tinieblas. El humo del interior formaba sinuosas formas al reflejarse en ellos formando tentáculos que se retorcían en una imitación de falsa vida. Aquel era un reino destrozado, sucio y desordenado. Los muebles, desconchados y envejecidos, se encontraban diseminados por todo el lugar; coronados por recortes, manchas de alcohol derramado y ceniceros colapsados de colillas acabadas. El aire era denso y enrarecido, apestando a whiskey, humo de cigarro y sudor humano. El verano no estaba siendo clemente y eso empeoraba drásticamente la situación.

El amarillento papel de las paredes, si había sido blanco alguna vez, ahora se caía a trozos revelando parte del esqueleto del sucio apartamento. Las cucarachas habían hecho suyo el suelo, donde los restos de cartones de comida basura, revistas porno destrozadas y ropa arrugada formaban un nuevo e intrigante reino para ellas. El silencio caía sobre el lugar como una pesada lápida roto tan solo por el débil sonido de la respiración de algo que reposaba sobre la cama.

De manera instintiva, este se llevó su brazo hasta los ojos para protegerse de los pilares de luz que violaban su refugio. El aspecto del tipo era muy desmejorado, casi enfermizo y sobre los dedos de la otra mano se encontraba apresado y tan consumido como él mismo un cigarrillo encendido que moría lentamente. Ambos eran prisioneros abandonados a sucumbir, a consumirse y morir, y el pequeño cilindro producía formas danzarinas que parecían cobrar vida y huir de allí a toda prisa. 

Conforme este moría y sus cenizas se acumulaban, como una ridícula pira candente, al final era inevitable que estos cayesen al abismo. Al principio no sintió nada, pues estaba demasiado agotado como para concentrarse en el aguijoneo que le perforaba el estómago. Poco a poco, el escozor le sacó de su duermevela y liberó sus ojos cansados y enrojecidos para captar la fuente de su dolor. La ceniza del cigarrillo le quemaba el vientre donde había caído. 

La apartó despacio y sin mucho cuidado, sin detenerse en observar la pequeña quemadura que había provocado en su pálida piel. Pero eso fue señal suficiente para que el hombre supiera que había llegado la hora de despertar. Se incorporó mojado por el sudor de la noche y estiró sus doloridos músculos. Su cuerpo, delgado y sin un gramo de grasa, podía haber sido atractivo algún día pero la realidad era que sufría de desnutrición y media docena de moratones y cortes mal curados lo recorrían dándole un aspecto final enfermizo y maltratado. Con la mano libre se atusó el pelo, una mata corta y desaliñada que coronaba su cabeza e iba a juego con la barba descuidada que poblaba su rostro. Parecía un vagabundo enfebrecido tras un largo día bajo el sol del verano.

Apoyándose en la cama se levantó y un crujido dio forma a una nueva mueca en el rostro del hombre. Al mirar a sus pies, los rojizos reflejos de cristales de licor rotos y el ardor de su piel fue cuanta explicación necesitó. Lentamente comprobó que no se le había quedado nada dentro y se levantó de nuevo, dejando tras de sí un rastro carmesí.

Al llegar hasta la mesa arrojó la colilla y encendió otra sin mucha pasión. El mundo se veía de otra manera cuando tenía humo en los pulmones. 

El calor empezaba a hacerse notar ahora que el sol había coronado al océano inundando la habitación con su sofocante fragancia. Sobre la mesa había una taza de café de hacía unos días en la que a duras penas podía leerse el Soy un capullo que llevaba escrito; tras comprobar que aún olía decente lo removió un poco y se lo llevó a la boca. Sabía a agua estancada y a aceite de motor por lo que al final tuvo que escupirlo, pero al menos perdió el sabor metálico que tenía en los labios desde la noche pasada. 

Dio un golpe a la radio y esta cobró vida propia como si hubiese sido alcanzada por un rayo. In the air tonight de Phil Collins comenzó a sonar, primero despacio y luego cobrando fuerza, como si de una hipnótica danza se tratase. El tipo se internó en el sucio cuarto de baño, repleto de humedades y azulejos caídos. La luz de los alógenos parpadeaba con un psicodélico ritmo intermitente. Era una pequeña habitación no mayor que un trastero con una minúscula rendija al exterior y en su interior no cabía más que la anticuada bañera metálica, un wáter y un espejo. Traspasó las enmohecidas cortinas de la bañera y abrió el grifo. El agua caliente lo golpeó como un tifón. Era fresca y a la vez cálida y relajaba la tensión de todo su cuerpo de maneras que ninguna mujer podría. Se sintió purificado, si eso era posible. Una sensación que no duró demasiado, pues pronto el calor dio paso al frio. Decidió terminar pronto.

Al salir algo captó su atención. El macabro reflejo en el espejo. Sus ojos hundidos y sus agrietados labios le dijeron más de lo que quería saber. El tipo soltó un largo y pesado suspiro. No le quedaba mucho tiempo.



I

El sol ya empezaba a ponerse tras los colosos de hormigón armado cuando se abrió la puerta del local con el tintineo característico como única anunciación. El tipo entró con una nube de humo y pasos lentos y pausados interrumpiendo el lóbrego silencio de la tienda. El olor del incienso se escurría por los caóticos estantes más altos que un hombre. Meg dejó el gastado cuadernillo donde garabateaba pentagramas y palabras incomprensibles y sin mucha emoción posó la mirada sobre el hombre que acababa de entrar. Lentamente, como repitiendo un mantra, cerró los ojos y dejó escapar un derrotado suspiro. 

-No sabía que estuvieras en la ciudad- comentó la mujer-. Espero que no hayas venido a llevarte algo sin pagar como haces siempre. Ya te he dicho que aquí no tienes cuenta ni puedo dejarte fiado. 

-Yo también me alegro de verte Meg- el tipo la miró con expresión neutra en su rostro cansado –. No llevo mucho tiempo aquí, llegué hará un par de días. 

El hombre se detuvo a fisgar por las estanterías mientras se acercaba al mostrador. Su expresión estaba perdida y agotada como una mujer maltratada haciendo la compra en el supermercado. 

-La última vez que supe de ti me dijeron que estabas en Massachusetts, pero no sabía si era cierto- jugueteó un poco con el lápiz-. También ha preguntado por ti ese poli obsesivo, pero le dije que no sabía nada. Al fin y al cabo solo vienes cuando quieres llevarte algo de la tienda o cuando buscas que te invite a comer-. El tono de la chica estaba perlado de enojo.

-Ya veo…- el tipo siguió su camino con parsimonia entre las estanterías sin prestar mucho atención a lo que sucedía a su alrededor, ni siquiera a la mujer. 

Lo cierto era que el sitio estaba bien abastecido. En su mayoría podías encontrar las típicas chorradas New Age que se habían puesto tan de moda últimamente, pero si rebuscabas y sabías elegir ingredientes se podía abastecer al ocultista ocasional. No estaba mal del todo. Luminaria era el nombre del lugar. Es cierto que no era el más original pero sonaba romántico y la mayoría de las veces eso era lo que atraía a gran parte de sus poco entendidos clientes. Una tienda así habría destacado en cualquier pueblo medio de esos que componían el corazón de la América profunda, pero allí en la gran manzana, en un recogido callejón de Manhattan a nadie le sorprendía encontrarlo. Megan era la típica bruja Wiccana, una naturalista que buscaba ayudar a aquellos pobres bastardos que jugaban con fuerzas que no debían, atraían al fantasma vengativo de turno o querían romper una maldición. La Wicca y su mística filosofía estaban basados en el respeto a la naturaleza y la adoración de los preceptos masculino-femenino encarnados en la diosa madre y el dios astado. Resumían todas las fuerzas y principios en esa dicotomía y se reunían una vez al mes en aquelarre para realizar rituales y compartir los cotilleos esotéricos habituales.

Desde luego la mujer no encajaba demasiado en el concepto cultural que la gente tenía de una bruja, aunque también era cierto que la mayoría de ellas tampoco parecían serlo. Era una chica joven y no a pocos resultaba atractiva pese a no corresponderse con el icono de belleza actual. Era exuberante como un campo de trigo listo para la siega y tenía un aura natural y una sencillez primaria que despertaba los instintos escondidos. Su rostro redondeado y su cabello corto y oscuro contrastaba con su palidez y el cálido color de sus ojos. 

-¿Y bien, como te fue en tu último trabajo?- preguntó la chica escrutando intensamente al tipo en la distancia–. Espero que sacaras suficiente para pagar los 400 pavos que me debes.

El hombre dejó caer los hombros y agachó la cabeza pensativo. La luz del ocaso oscurecía su figura otorgándole un aura sombría y casi sobrenatural.

-No fue demasiado bien…- masculló sentenciando cuanto quería contar–. Por algún maldito motivo a todo el mundo le parece divertido jugar con las cosas más allá de nuestro entendimiento. Alguien abre un libro que no debería o invoca “algo” monstruoso y terrible, pero lejos de salir corriendo se emociona y decide ver hasta dónde puede llegar. Dime una cosa Meg, ¿por qué diablos son tan estúpidos? 

-La gente es curiosa y lo prohibido a menudo tiene un encanto irresistible, casi morboso, para aquellos que no saben donde se están metiendo- la chica se encogió de hombros–. Es parte de la naturaleza humana.
El hombre se acercó un poco más y se distrajo leyendo un pesado libro encuadernado en cuero y de rústica manufactura mientras seguía hablando.

-No te hablo de no saber guardar un secreto o de mirar por la rendija cuando mamá y papá juegan a la puta y el gobernador; esto es serio. Es como hacer malabares con cuchillos oxidados y ni eso empieza a acercase -explicó.

-Bueno, yo siempre he pensado que en el fondo lo sentimos- detuvo lo que estaba haciendo y se concentró en lo que quería expresar-. Es decir, somos conscientes del poder que reside en las cosas. Es como cuando los niños se cambian de acera a mitad de la calle para no pasar por la vieja casa de los Henderson. No es porque hayan oído las historias de las cosas terribles que ocurrieron allí, es por algo más sencillo. Sienten que algo no va bien con ese lugar. Detectan la mancha espiritual y eso les hace estremecerse y querer salir corriendo. Ocurre algo parecido en los lugares de poder: Stonehenge, las pirámides o incluso el viejo tejo del terreno sagrado de mi aquelarre. La gente se siente atraída por ese poder que no puede identificar, pero lo notan. 

-Pero esto es distinto Meg, la gente se lanza hacia esas cosas como las polillas a la llama; porque el fuego es atrayente y seductor. Nos fascina como baila ante nuestros ojos y como devora todo lo que engulle. Nos la pone dura el poder que tiene. El como todo acaba convertido en cenizas y polvo después de su paso. Con estas cosas pasa lo mismo. Todos queremos sentirnos como Dios con una erección cuando probamos el verdadero poder. El problema es que todo tiene un precio y jugar con lo oculto significa entregar una parte de nosotros mismos como pago- la voz del tipo cobraba fuerza conforme las palabras salían de su boca, como si estas lo hicieran solas, casi por arte de magia.

-Déjate de dioses ni de erecciones- comentó la mujer un poco molesta-. ¿Hace que no te veo cuanto? ¿Tres meses? Y hoy de pronto apareces por la tienda como de costumbre arrastrando tu mierda de problemas y dudas existenciales y… ¿qué coño quieres que yo haga? ¿Qué te de una palmadita en la espalda, un beso de buenas noches y te diga que todo va a salir bien?-la chica negaba con la cabeza con frustración-. Me merezco más que esto y lo sabes.

El tipo se detuvo de pronto y dejó el libro con cuidado en el estante donde lo había encontrado. Se acercó al mostrador y se frotó la frente con agotamiento.

-Ya lo sé Megan… escucha yo…-no pudo terminar pues la mujer lo interrumpió cuando alcanzó a ver su cara a la luz de las rojizas velas.

-¡Dios Ethan! ¿Te encuentras bien?- el tono de la chica traspiraba preocupación y nerviosismo-¿Qué te ha pasado?
El hombre la miró con los ojos hundidos y las ojeras muy marcadas y Meg pudo llegar a atisbar solo una pequeña parte de lo que este había visto. Ethan forzó una mueca de sonrisa, la mejor que tenía ahora mismo.
-Invítame a comer algo y te lo cuento…-



II

-Diosa, parece que no hayas comido en una semana.- la chica observaba sorprendida como Ethan devoraba una grasienta hamburguesa con patatas y como poco a poco este parecía empezar a recobrar el color y la mordacidad habitual. Eso la relajó.- Y bien, ¿vas a contarme que es lo que has hecho estas últimas semanas o qué?

-Bueno…-se limpió la boca con una servilleta y la arrojó a un lado- …al menos te contaré lo que pueda. Puedo explicarte por qué he vuelto, y seguro que eso satisface parte de tu curiosidad.

-Supongo que tendré que conformarme con lo que pueda sacarte ¿no?- Ethan formó una escuálida sonrisa y Meg suspiró-. Está bien, desembucha.

El hombre miró un segundo a su alrededor como asegurándose de estar completamente solos. El brillo de las formas de neón despedía un aura rojiza y diabólica, tentando a los clientes con sus promesas carmesíes. El local estaba oscuro y una suave melodía estridente se colaba reptando entre las conversaciones. Los sillones de cuero de la pequeña y apartada mesa recordaban a Ethan el viejo Mustang que había tenido hacía demasiados años ya. En la intimidad de las rojizas luces de neón media docena de chicas tatuadas servían a los clientes. No eran los pequeños y asustadizos cervatillos que uno podía encontrar en la cafetería de un pueblo pequeño o el restaurante de la parte alta de la ciudad. Eran fieras de instintos afilados y dientes aún más terribles. Podía verse en el salvaje brillo de sus ojos. Eran perfectas para aquel antro. El Hole era el sitio adecuado cuando querías intimidad. La gente no hacía preguntas y no se fijaba en el resto. Incluso en ocasiones incluía reuniones de individuos “especiales”: alguna cábala urbana de brujos reservados o incluso cosas que no eran del todo humanas. De vez en cuando, se rumoreaba por el local, venían vampiros a pasar el rato y a tener sus reuniones. Nadie los molestaba si ellos no buscaban bronca ni se alimentaban en el interior, aunque estos preferían sus lugares de alimentación habituales: los antros góticos. Allí se aglomeraba toda la salsa decadente y sombría de la ciudad y a los chupasangres les era mucho más fácil alimentarse sin llamar la atención y deshacerse de los cuerpos una vez los dispusieran. Pero el Hole era terreno prohibido para todo tipo de exhibiciones o escándalos sobrenaturales. Así lo quería el Sr. Orfeo, el dueño y regente del local; un hombre misterioso que pocas veces era visto fuera de su oficina del segundo piso. Según contaban se trataba de un mago poderoso, capaz de hacer estallar a un hombre en llamas con una sola mirada y de viajar a los mundos más allá de este. Era temido y respetado y nadie en su sano juicio osaba crear jaleo en su establecimiento.

-Supongo que estoy cansado- sentenció el hombre dejando caer la cabeza por su propio peso.
-Eso es obvio, pero no explica nada- Meg comenzaba a cansarse de sus continuas evasivas y podía tener muy mal genio cuando se la provocaba.

-No, en realidad lo explica todo –dijo de pronto y las miradas de ambos se encontraron. El cálido chocolate de los ojos de la chica con el gris plomizo de los del hombre. Meg no pudo salvo sentir un escalofrío. Había mucha amargura y hastío en esos ojos-. Estoy harto de toda esta mierda. Mira a tu alrededor, el mundo se está yendo al infierno y tu lo sientes mejor que nadie. ¿Verdad?

La chica desvió la mirada, necesitaba serenarse. Era cierto que la naturaleza se moría a cada día que pasaba y era el tema más tratado en los últimos meses por su aquelarre. Los rituales fallaban, los rituales perdían poder o se salían de control y los animales se volvían locos. A cada año que pasaba era mucho más complicado comunicarse con la Diosa y las brujas lo sabían.

-No es ninguna novedad que el mundo está jodido –argumentó sacando confianza de sí misma-. Pero dime una cosa Ethan, ¿recuerdas alguna época cuando no lo haya estado? Porque yo no.

Y no era ninguna mentira piadosa. Cada época había tenido sus grandes desastres y conflictos fuesen de naturaleza sobrenatural o mucho más mundana, pero lo cierto es que el mundo se había encontrado al borde del abismo en más ocasiones de las que nadie vivo podía recordar. Durante los años 20 y la moda de la “arqueología”, o el saqueo de reliquias, las maldiciones y el despertar de antiguos dioses impronunciables habían atemorizado al mundo. Las dos grandes guerras mundiales se habían llevado su pedazo de terror y la devastación y el genocidio todavía aparecían en las pesadillas del subconsciente colectivo de la humanidad. Durante los 60 y 70 con el auge del rock y el neo paganismo el resurgir del ocultismo trajo toda una serie de pactos demoníacos y antiguos poderes dormidos que sacudieron el globo conmocionando a la sociedad visiblemente. Y los 80 y 90 no eran mucho mejores; las consciencias virtuales y los dioses digitales junto con el choque de la contracultura había dado vida a toda una nueva serie de entidades a las que temer y adorar. Ahora, al borde del fin del milenio, todo parecía estar alineándose para augurar las peores profecías y cataclismos cósmicos inimaginables y la gente estaba a la espera del día del juicio final. Se podía sentir en cada anuncio de televisión y en cada predicador callejero anunciando el final cercano.

La mujer devolvió la mirada con valentía, pero ya no encontró la del hombre esperándola. Ethan se frotaba los ojos con cansancio perdido en sus pensamientos.

-No, al menos nunca estuvo tan al filo de la navaja como ahora. Qué el mundo se va al infierno ya no es ninguna frase hecha. Yo lo he visto; a cada día que pasa no puedes poner un televisor, leer un periódico o mirar por tu ventana sin ver un robo, un asesinato o una violación. Y no solo es el lugar en sí, es la gente. La gente está metida hasta el cuello en el abismo y ni siquiera lo sabe. La semana pasada la chica de 15 años del apartamento de enfrente intentó tirar a su bebé recién nacido por el wáter para que su madre no descubrirse el embarazo que había estado escondiendo. Con esto ocurre lo mismo. La gente ya no quiere o no merece ser salvada- Las sombras del lugar dibujaban profundos abismos sobre las cuencas del hombre, dándole un aspecto cadavérico.

-¿Y qué? ¿Me estás diciendo que ya no merece la pena ayudar a la gente? Ethan, de todas las personas que conozco eres la última de la que podría esperar un brote de arrepentimiento moralista. Tú no eres un santo, trabajas por dinero o es que se te ha olvidado de la noche a la mañana. Así que no me vengas con esas- La chica fruncía el ceño con fuerza, malhumorada.

-Meg, sé de lo que estoy hablando. Antes, hace unos años todo estaba claro. Podías reconocer perfectamente donde estaba la línea entre las personas a las que ayudabas y los monstruos. Lo que te estoy diciendo es que ya no es fácil diferenciar quienes son los monstruos- la fuerza del hombre se escapaba como si de un reloj de arena se tratase. Poco a poco iba perdiendo cada gramo de vida, mientras se precipitaba al abismo con los demás-. Esa maldita línea divisoria ya no existe.

-¿Sabes cuál es tu puto problema Ethan? –Preguntó la chica taladrándolo con un dedo acusador-. Tu maldito problema es que no crees en nada. Nada vale la pena para ti. Eres un cínico enfermo y pervertido y sientes un instintivo impulso de desacreditar todo lo que el resto considera bueno o sagrado. El amor, la fe o la moralidad no significan nada para ti porque te niegas a aceptar que puedan ser positivos. Mires donde mires solo ves cosas imperfectas y sucias. Tú eres el maldito problema, lo tienes tú. En el fondo buscas ser un infeliz Ethan, porque eso da algún tipo de retorcido sentido a tu miserable vida; por eso actúas así.

Aquellas palabras lo golpearon con fuerza, con dureza y sin la menor muestra de piedad. Lo habían torturado de formas horribles e imaginativas, pero nada lo había golpeado tan fuerte. Aún así se repuso como pudo, como un boxeador demasiado estúpido para quedarse tumbado tras un golpe terrible.

-Escucha, esto no tiene que ver conmigo Meg. Ya sé que estoy jodido, llevo mucho tiempo sabiéndolo. Pero esta vez no soy yo, es el mundo el que no está bien. Sabes, llevo como… 10 años metido en esto y nunca había sido tan consciente como lo soy ahora. Antes estaba claro, siempre había algún cretino gilipollas que había quedado maldito o que había traído algo oscuro de otra dimensión. Yo sabía que el tipo era culpable de la cagada en la que se encontraba pero aún así lo ayudaba, porque era mi trabajo. No me malinterpretes, por supuesto que lo hacía por el dinero, necesito dinero para vivir y la gente no se alimenta de buenas intenciones. Pero ahora la cosa es distinta, ha cambiado. Últimamente he visto cosas que ni yo puedo creer- hizo una breve pausa para recuperar el aliento o para recordar algo y continuó -. Por ejemplo, un caso en el que estuve trabajando hace unos meses; una niña de 7 años que había desaparecido en un pequeño pueblo de Pennsylvania. Su padre, un tipo entregado aunque un poco sobreprotector estaba destrozado por la desaparición. Y no mentía. Sé cuando me mienten, llevo mucho en este negocio como para no hacerlo. La niña, Heidi Marshall había volado de su habitación sin dejar rastro alguno de violencia. Lo primero que hice fue investigar los registros locales, ya sabes; y lo que encontré me dio una idea de a que me enfrentaba. Un hada. No uno de esos trasgos o gremlins a lo que estamos acostumbrados aquí en la ciudad. Era algo más, algo antiguo. Una dama de los bosques según sospechaba. Hay muchos cuentos sobre hermosas mujeres que aparecen radiantes en los lindes y guían a los perdidos o se aparecen a los caballeros para recordarles su nobleza y valentía. Pero la mayoría de esas historias no suelen ser más que basura. Yo sospechaba que esa “dama” era el tipo de cosa que disfruta secuestrando niños por algún macabro motivo. Tras varios días rastreándola y una buena provisión de hierro puro, conseguí dar con ella y la niña. Aunque ya no quedaba mucho de ella –el rostro del hombre se ensombreció.

-¿Quieres… quieres decir que se la había comido?- Preguntó Meg temiendo conocer la respuesta.

-No, esas cosas no se comen a los niños. La niña estaba perdida, ya no era humana. La quería para reproducirse. Por lo visto esos seres buscan niños con una resonancia específica, con un olor adecuado. Esas bestias se sienten atraídos por la desesperación y el dolor. Son un afrodisíaco para ellas. Cuando encuentran una víctima que huele así se la llevan a algún lugar alejado de este mundo y la cambian de alguna manera. La convierten en uno de ellos. La pequeña Heidi era tan hermosamente monstruosa como su captora. Al final no pude hacer nada y escapé por los pelos. Y déjame que te diga algo, cuando los mitos hacen alusión a una mujer bella deberían haber añadido algo sobre los dientes afilados, las garras venenosas y su monstruosidad alienígena. Cuando tratas con esas cosas descubres de la peor manera que los cuentos de hadas cobran un macabro nuevo sentido, te lo aseguro –Ethan estaba muy metido en la narración. Parecía estar reviviendo aquellos momentos. El sudor resbalaba por su pálida frente.

-Espera un momento. Lo que no entiendo es lo de la resonancia, lo del hedor emocional. ¿Se supone que la niña sentía tanto dolor y desesperación como para atraer al hada? ¿Cómo es eso posible en una cría de siete años?- Algo no cuadraba y Megan empezaba a oler a podrido detrás de toda la historia.

-Sí, eso fue lo primero que investigué después de jugar al último boyscout. A mí tampoco me gustaba el matiz que estaba cobrando esa historia. Luego descubrí que el señor Marshall sentía algo más que cariño paternal por su pequeña. El padre estaba dándole que te pego a todas horas y la niña se encontraba al borde del suicidio – Ethan terminó la historia y se hizo un pesado y denso silencio, como el humo del cigarrillo que estaba fumando. La chica no sabía que responder, estaba asqueada e impactada. Dio una larga calada y escupió con un largo suspiro el concentrado humo-. Por lo que oí luego, la pequeña Heidi volvió a ajustar cuentas con papá. Encontraron su cadáver a medio devorar a varios kilómetros bosque adentro. Fin de la historia.

Un nuevo silencio mucho más pesado volvió a apoderarse de los dos, que se miraron con incomodidad, como avergonzados por algún obsceno acto que hubiesen cometido juntos.

Finalmente fue la mujer la que reemprendió la conversación con un hilo en un comienzo y recobrando poco a poco su energía. 

-Lo entiendo Ethan, sé que has debido ver cosas horribles. Normalmente tú te enfrentas a los peores demonios de las personas y no solo de forma metafórica. Pero no todo el mundo merece lo que le ocurre. El alma del hombre no está tan corrompida como crees, no puede estarlo -Negó instintivamente la chica, intentando convencerse de sus propias palabras-. Aún hay gente que merece ser salvada, personas que se esfuerzan por hacer del mundo un lugar mejor. Gente como tú por ejemplo. 

Ethan tuvo que desviar la mirada, pues los ojos de Megan estaban cargados de una necesidad imperiosa de que el hombre corroborara su afirmación. Pero no podía hacer eso. La chica ignoraba tanto…

-Las personas no funcionan así Meg, no son blancas o negras, buenas o malas; viven entre los matices. Un buen hombre puede cometer un error fatal en un solo segundo y un bastardo hijo de puta salvar una vida sin siquiera proponérselo. Y si he aprendido algo con los años es que no hay nadie inmaculado; todos acaban manchándose con el tiempo y con el ocultismo de por medio suele tener consecuencias más que mortales -El hombre hizo una pausa y pidió a una camarera que se acercase-. Creo que necesito algo más fuerte si voy a contarte que he estado haciendo últimamente. ¿Qué vas a tomar tú? 

- Tomaré un Sexo en la Playa, por favor.

-Una idea muy sugerente- El hombre arqueó las cejas con desgana-. Jack Daniel´s con hielo. Eso me recuerda una cosa... ¿aún utilizáis el sexo como catalizador en vuestros rituales?

-Sí, es una fuente de energía emocional muy potente y totalmente inocua. ¿Ese repentino interés tuyo es en nuestros rituales o solo en el sexo? Puedo invitarte a alguno de nuestros ritos sagrados si quieres y así quizás puedas follar con alguien más que con tu mano derecha para variar -Comentó la mujer con picardía. Luego se puso mucho más seria-. Ethan, dime una cosa ¿cuándo fue la última vez que dormiste una noche completa, comiste una comida caliente o echaste un buen polvo? ¿Cuándo fue la última vez que fuiste feliz?

El hombre suspiró y se revolvió en el pegajoso asiento incómodo –No me quejo. Sigo respirando y eso ya es bastante- formó una mueca que pretendía ser una sonrisa de amarillos incisivos provocando entre los dos un pequeño silencio incómodo.

Ya con las bebidas en la mano y el ambiente más diluido por el alcohol el hombre volvió a la conversación anterior como si no hubiese pasado nada. 

-Bien, te contaré lo que hice en Massachusetts y podrás decidir como de corrupto está este mundo en el que vivimos. Todo empezó con la llamada de un hombre de Nueva Inglaterra, un tal Robert Derleth, que quería contratarme para un trabajo relacionado con un asunto indeterminado en su mansión de Salem. No dijo mucho más, fue bastante parco en la información, así que decidí aceptar. ¿Qué podía perder? Además necesitaba el dinero urgentemente por lo que me di bastante prisa en trasladarme allí – Ethan hizo una breve interrupción, como ordenando las ideas o los hechos en su cabeza para narrarlos con mayor precisión. O quizás solo estaba reflexionando sobre lo que allí había encontrado-. Parecía el típico caso de la mansión victoriana encantada, un trabajo de manual; pero como a menudo suele pasar el ver la copa del árbol no nos da una idea aproximada de la profundidad de las raíces. Y déjame que te diga que estas raíces estaban podridas hasta la médula. Porque si algo tenía que aprender de mi viaje a Salem y a la mansión Derleth es que todo el mundo tiene esqueletos en el armario.







1 comentario:

  1. Me voy por la mitad, y la verdad es que sabes describir los lugares y las situaciones, también está bien como controlas la tensión del argumento, pero me gusta sobre todo como te sales de los estereotipos con frases coloquiales de cosecha propia...o sea que sigue escribiendo y mejorando.

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